He decidido contarles “mi historia” ya que puede tener las mismas inclinaciones que otros han experimentado.
¿Quién soy? Fui un testigo activo durante 15 años, con 9 de ellos como precursor. Serví en Betel y en 10 congregaciones por los EE.UU. Fui siervo ministerial durante muchos años y estaba ya en camino para entrar al “círculo interno” cuando, una semana antes de que se me programase para dar un discurso público de 45 minutos en un salón del reino, fui a mi reunión y le entregué una carta que le explicaba al superintendente de distrito visitante que no quería más responsabilidades en la congregación. Admito que la carta era ambigua, simplemente expresando que había desarrollado dudas sobre preguntas que no me habían sido contestadas. Esperé una semana, y siendo que nadie se detuvo a preguntarme cuáles eran mis preguntas, decidí dejar de asistir a las reuniones por completo.
No dejé la “verdad” porque quería involucrarme en actividades ilícitas. Jamás había leído literatura apóstata alguna y nadie había puesto dudas en mi cabeza sobre la organización. Nunca intenté persuadir a nadie para que me siguiera. Nunca hablé negativo sobre la sociedad. Simplemente me sentía muy infeliz de ser parte de algo que se me hacía muy difícil ya creer. Observaba a mis “hermanos y las hermanas” a mí alrededor y comprendí que para poder sobrevivir y prosperar en “la sociedad”, uno necesita convertirse en un cierto tipo de persona.
Aquellos que empezaban en la “verdad” tenían en ellos una energía corpórea. Una pasión por la salvación y una sensación de afán por el abrumante amor que les rociaban en las reuniones. Ellos verdaderamente creían, igual como yo lo hacía antes.
Entonces, estaban aquellos en el centro. Aquellos que habían sido escaldados por los “amigos”, o tratados injustamente por los ancianos. Éstos eran aquellos que estaban en la encrucijada. Ellos podían tomar esta prueba de fe y proceder de tres modos. Podían dejar la verdad y todos sus “hermanos y hermanas” con sus cabezas demostrarían sus gestos de negatividad. Podrían quedarse, pero darse a respetar por si solos e intentar retener su integridad personal y un sentido de sinceridad sobre sus vidas. Éstos, la mayor parte del tiempo terminaban en una esquina lejana en la asociación. Seguían siendo Hermanos y Hermanas, pero había que tratarlos con mucha cautela. Se les trataba como ciudadanos de segunda clase en la congregación y cualquier responsabilidad o “honor” que recibiesen siempre se percibía en el salón como una caridad.
Al final, estos “amigos” exudaban un aura de desesperación. Era como si realmente quisieran creer que de la manera que estaban viviendo sus vidas (por las normas de la Sociedad WT) era importante, pero era una lucha constante poder permanecer convencido de esto.
Finalmente, estaba la tercera opción.
El individuo que hacía lo que le dijesen sin cuestionar nada. Éstos mentían, manipulaban, y traicionaban sin vacilación. Éstos veían la hipocresía, crueldad, y el favoritismo, y decidían que podían vivir con todo esto. Podían felicitar a un hermano por vivir en una pobreza miserable e impedir que se obtuviese una educación suplementaria. Podían mirar a una hermana que estaba sufriendo una depresión clínica severa que estuviese volviéndose loca mientras simplemente le leían sus escrituras. Podían escuchar a un niño advertirles que estaba siendo molestado o abusado y entonces transgredían todavía más a ese niño si se tratase de mantenerlo callado. Ellos podían decirle a una madre que le negara a su niño una transfusión de sangre y en el funeral sentirse muy orgullosos de esa decisión. Podían hacer cosas mucho peor si se les pedía. Éstos individuos se aprovechaban en la organización. Eran nuestros líderes. Eran los “fuertes” en la congregación. Eran los que usted no podía meterse con ellos. Si usted no estaba con ellos, entonces estaba en su contra. Y si usted quería durar allí, tendría que convertirse en uno de ellos.
Decidí que no quería convertirme en ese tipo de persona.
Cuando dejé de ir a las reuniones, no sufrí ningún vacío en mi vida. No me enredé en las drogas ni la depravación. De hecho, no hice nada, sino trabajar, venir a mi casa y ver mi televisión durante un año. Cuando finalmente me sentía listo para reintegrarme al mundo real, no tenía un sentimiento de sentencia inminente, sino sentía un arrebato de excitación por todo un nuevo capítulo en mi vida y todas las oportunidades que podría traerme.
Con todo, nunca hablé mal de la organización. Vive y deja vivir, ése era mi lema. Si yo los respeto, quizás podría esperar el mismo trato civilizado.
Usted pensaría que yo sabría más que eso. Pues ellos intentaron, a través de mi madre, volver a mi hijo en mi contra pero eso les falló. Ya no les permito tener contacto alguno con mi familia. Considero a mi madre prohibida. Ella se estaba comportando de una manera que presentaba un peligro para mi familia, y hasta que ella esté lista para cambiar, no puedo permitirle tener contacto con nosotros. Aunque esto pueda parecer desapacible para algunos lectores, no obstante, quise contarles mi historia con las esperanzas que cualquiera leyendo esto que haya tenido experiencias similares o sentimientos, pueda conocer que no están solos. Y más importante, no están equivocados por sentirse de la manera que ellos se sienten.
James
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